Mis ojos se admiran al mirarla.
Disfruto la experiencia en sus manos, el movimiento fuerte de su cuerpo y la
seguridad en su mirar. Pero me pregunto, ¿qué hay detrás de esa fuerza, de esa
seguridad y de esa experiencia?
Sus ojos verdes que empiezan a mirar
con cansancio, ¿qué cosas habrán visto, que a los míos les falta por ver? Tal
vez una tierra extraña a mi, con caminos estrechos y largos, llenos de árboles
pintorescos, naranjas y verdes, piedras que la hayan querido hacer tropezar,
las cuales sin duda las pudo pasar. ¿Cuántas veces debió recorrer esos
senderos, solitaria, sintiendo las caricias del aire en su rostro y su cabello
jugar con los hombros. Qué pensamientos habrá llevado en su mente a cada paso
que daba?
Su mundo era tan lejano al mío,
que podría ser imposible pensar que estoy ahora junto a ella. Desearía tanto
ver y recorrer las afortunadas nubes que ella apreciaba. Cómo desearía ver su
cuerpo joven, inexperto, radiante, moviéndose de un lugar a otro, buscando su
felicidad. Afortunado el hombre por quien ella dejó caer lágrimas en sus
mejillas.
Imagino su vida antes de que yo
apareciera. Su sonrisa tímida al dirigirse a alguien que quería, su suave piel
mojada con el agua del mar, que tanto le gusta. La imagino hermosa,
deslumbrante, delicada, inocente y alegre.
Tal vez todo eso se juntó, más
sus penas, errores y frustraciones para formar la mujer tan fuerte, segura y
respetable que es ahora. Si con solo verla, la mente relaciona esa mujer con
una rosa grande, roja, ya madura pero aún fuerte, bella e imponente.
El hombre que logró ser su
compañero de vida, habrá sido y será un hombre millonario. Si con solo tocar su
piel, los capullos se convierten en mariposas y los botones de las flores
brotan resplandecientes. ¿En qué se convertiría ese hombre al haberla tocado?
¿Qué habré ganado o qué habré
hecho para lograr tenerla junto a mi todo este tiempo? Sin duda, Dios me regaló
el tesoro más valioso de mi existencia: Mi Madre.
Tere Kuri
(junio 1998)