Catorce de febrero. Fecha, en mi
opinión, muy comercial, pero no deja de ser lindo. Mi Yuso me invitó a
desayunar, aprovechando que los niños estaban en la escuela, para no dejar
pasar nuestro momento romántico del día. Muy cursi y contagiada de “San
Valentín”, me vestí de rojo y blanco, hasta falda me puse.
Caminábamos tranquilos y
disfrutando un rato de no agarrar manita para cruzar calle, jalar carriola o
estar atentos para que no se alejen de nosotros. Cruzamos uno de los tantos
parques de la Del Valle, sintiendo el sol y el inicio de días más calurosos.
Entramos a un restaurante pequeño, con una terraza que tiene un barandal tipo
pueblo, con macetitas colgantes, decoradas con flores alegres. Para hacer el
momento más meloso, nos sentamos en una mesa pequeña con sillones estilo
antiguo, justo a la orilla del barandal, que daba a la calle y vista al parque.
Todo nuestro alrededor estaba lleno de parejas de enamorados, amigas criticonas
y quejumbrosas, pero finalmente compartiendo felices sus mutuos refunfuños,
amigas felices de no verse en mucho tiempo, amigos o pareja, ya no se sabe, un
par de viejitas tomando su chai latte fascinadas brindando su amistad, que de
seguro sería de hace más de cincuenta años.
El ambiente era ideal para un día
del amor y la amistad; sin embargo, la vida siempre nos sorprende. El mesero
tomaba nuestra orden de café y unas conchas para romper gustosamente ese día la
dieta, cuando de repente se escuchó que algo grande azotó en la banqueta, justo
a la altura del barandal negro donde estábamos sentados. La paz, el bullicio
romántico, las flores alegres, la vista relajante, desaparecieron. Todo tornó
turbio, angustiante, tenso. Un hombre que iba caminando, de seguro rumbo a su
trabajo, de aspecto sencillo pero bien arreglado, cayó de la nada y comenzó a
tener un ataque epiléptico. Todo parecía ante mis ojos como en cámara lenta.
Mientras que el hombre moviéndose de manera muy extraña, azotando su cabeza,
sin control, al suelo, vomitando saliva, todos los comensales lo veíamos en
absoluto silencio, nuestras miradas desconcertadas y sin saber qué hacer. Le dije, agitada, a Yuso:
- “¡Papi,
vamos a ayudarlo!, ¿qué le está pasando?”
- “Le
está dando un ataque epiléptico. –me respondió. No debes moverlo, lo puedes
lastimar, es mejor esperar a que le pase, porque lo más triste de todo es que
cuando les pasa, la persona no se da cuenta del ataque y no se acuerda de éste
después.”
Me inundó impotencia y tristeza
por él, sorprendida de que ni siquiera era consciente de lo que le pasaba.
Cuando logré controlar mi reacción a lo que mis ojos veían, una mujer, justo la
quejumbrosa, ya estaba abajo con él, hablando a una ambulancia, ofreciéndole un
vaso con agua y su mano para caminar. El hombre tardó varios minutos en
reaccionar, ponerse de pie y darse cuenta de lo que le pasaba. Aceptó el vaso
con agua y la mano de la mujer. Cuando veo la escena, observé el rostro de
ella, sintiendo la gran plenitud y satisfacción de estar ayudando a alguien. Me
impacté. Su rostro cambió, su mirada brillaba, la sonrisa que le ofrecía a él
era mágica. Parecía otra persona. De su boca solo salían palabras de aliento.
El hombre no aceptó la ambulancia, le explicó su enfermedad y le pidió solo
unos minutos para recuperarse y continuar su camino. Ella se sentó junto a él
al borde de la banqueta para acompañarlo, hablarle a algún familiar y solo
“estar” para que no se sintiera solo. Yo ya no bajé, no hice algo para
ayudarlo. Me quedó solo rezar y pedirle a los ángeles que lo ayudaran.
El episodio terminó. Todo volvió
a la normalidad. El hombre siguió caminando con su destino marcado a volver a
caer en la siguiente esquina. Nosotros, los comensales, volvimos a intentar
tornar el ambiente romántico que respirábamos al inicio. Nos costó mucho
trabajo. Yo tenía un sentimiento que oprimía mi corazón. Quería ayudarlo, no
reaccioné, no me dio el tiempo de levantarme para ser yo quien le tendiera la
mano a ese hombre. Al decirle, Yuso me regresó la calma y la sonrisa al
decirme:
- “No
siempre vas a ser tú quien ayude a los demás. Hoy le tocó a ella.”
Tere Kuri
14-feb-18